Los Branham, los Lindsay, los
Moore (con su hija Anna Jean). |
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Mi madre era ama de casa. Aunque hubo muchas oportunidades en que ella pudo haber apropiado una parte de la gran luz que estaba enfocada en el ministerio de su esposo, y al hacerlo quizás hubiera podido lograr una medida de fama en lo personal, ella en cambio escogió quedarse en casa, al fondo, y allí cuidar de sus hijos. Entre sus contemporáneas; su comportamiento tímido y su estado de vida tan privada era algo raro. Las esposas de los otros miembros del equipo de las Campañas Branham estaban envueltas en una manera muy activa en el ministerio de sus esposos, y frecuentemente se encargaban de las tareas, como por ejemplo organizar a los ujieres y los voluntarios, la venta de libros, el programa de música, y en ciertas ocasiones predicaban en el culto de la tarde. Por contraste, mamá por lo regular era la última persona en llegar antes de que comenzara la reunión, y también era la primera en salir cuando hubo terminado. Ella siempre le rogaba a papá que le dijera a la persona dirigiendo los preliminares que por favor no la llamaran, pero aún con eso ella siempre estaba preocupada de que quizá se les olvidaría y que irían a cometer lo que más temía; que la hagan ponerse de pie para que todos la miraran. Muchas veces mamá decía que lo único que sabía hacer era lavar y planchar la ropa. Por cierto, aun cuando trabajaba se llevaba su pequeña tabla de lavar para poder lavar bien los puños y los cuellos de las camisas blancas de papá, las cuales después planchaba sobre una valija cubierta con toallas. Siempre bromeábamos con ella diciéndole que únicamente se apartaba de la casa lo suficiente para dejar enfriar la lavadora. La gente que llegó a conocer a mamá siempre se maravillaba de su naturaleza tan tranquila, como también de la sabiduría en su consejo. Pero ella también poseía una fortaleza interna, la cual era algo vital porque había ocasiones cuando estaba virtualmente sola mientras luchaba con los problemas de la crianza de su familia. Apenas fue cuando ya tenía mi propia familia que pude comenzar a reconocer que ancla tan fuerte y firme ella había sido para nuestra familia a través de los años. Yo miraba a mamá y pensaba: “Si tan sólo yo pudiera ser tan resuelta y tan segura de mi papel como lo es ella.” Por eso fue que me sorprendió tanto el día cuando me dijo que por muchos años ella había conservado sentimientos de insuficiencia y humillación. Yo me había atrasado en mi tarea de planchar, lo cual odio tremendamente, y mamá vino para auxiliarme, como siempre. Ella recogió un montón de ropa para llevar a su casa para planchar. Yo sentía algo de culpabilidad, y para limpiar la conciencia, dije: “Pues cuando menos estarás haciendo algo que en realidad te encanta. Ella me miró por un momento, y luego me dijo: “Y ¿qué te hace pensar que a mí me encanta planchar la ropa?” “Pues es que siempre lo estás haciendo” le recordé, “aun cuando andamos de vacaciones, ¿No te acuerdas de cuando estábamos en la sierra de Colorado, quedándonos en aquella cabaña sin fuerza eléctrica, y te hallaste una antigua plancha al fondo de la caja de la leña? La lavaste, y enseguida estabas lavando ropa en el arroyo, secándola en la cerca y planchándola con esa plancha. ¡Como que te encanta planchar!” Me dio una media sonrisa. Y mientras meneaba la cabeza, dijo: “No, no es el planchar que me encanta.”
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Yo casi no podía creer lo que estaba escuchando. ¡Esta era la mujer que en veces planchaba los calcetines, los lazos de los zapatos, y hasta las toallas! Seguramente notó la mirada de incredulidad en mi rostro, y entonces comenzó a relatarme esta historia: “Yo comencé a planchar para el público cuando tenía diez años. Cada día planchaba doce camisas blancas bien almidonadas, y tenía que pararme junto a la estufa de leña, ya fuera verano o invierno, para mantener las dos planchas bien calientes. Entonces fue cuando aprendí a odiar la plancha, pero tenía que ayudar en forma económica, y eso era lo que podía hacer bien.” “Cuando Bill y yo nos casamos y comencé a viajar con él en algunas reuniones, me enfrenté por primera vez con lo que aparentemente el mundo esperaba de la esposa idónea de un ministro. Yo sentí que no había ninguna manera en que yo podría cuadrar con esas esperanzas. Las esposas y los familiares que viajaban con Bill – los Lindsay, los Baxter, los Moore, los Bosworth, y otros – todos eran educados, y (para mí), parecían ser tan cultos. Lo único que yo conocía era el quehacer domestico – cuidando de la casa, los niños, y la ropa. Yo sabia que Bill no esperaba que yo fuera una mariposa social, pero me sentía tan ignorante, y siempre temía que diría algo o que haría algo errado que produciría desgracia en su ministerio. Y por fin, satanás me tenía en un lugar en donde yo realmente pensaba que Bill estaría mucho mejor sin mí.” “Un día estaba parada frente a la mesa de planchar, apurada por terminar la ropa que tenia que meter a la valija para Bill. Estaba compadeciéndome yo misma, y deseando ser más como las otras esposas que sabía estarían presentes en la reunión a donde él iba.” “Clamé: ‘Señor. ¿Por qué es que parece que esto es lo único que yo puedo hacer para mi esposo y para mi familia? ¿Por qué no puedo hacer algo importante?’” “Luego algo me hablo al corazón y dijo: ‘Puedes orar por ellos’” “Desde luego, yo siempre oraba por cada miembro de mi familia, pero de alguna manera mientras continuaba planchando la camisa de Bill, comencé a orar por él en particular, pidiéndole al Señor que le diera fuerza para las reuniones que estaban por delante.” “Luego planché la falda de Sara, y comencé a orar por ella, y por las dificultades y las decisiones que ella tenía que encarar cada día en la escuela.” “Y así seguí. Al sacar cada prenda de la canasta, yo oraba por la persona que habría de ponerse esa prenda. De repente había terminado de planchar, y sabía que había descubierto mi trabajo importante.” “En realidad no me gusta planchar, pero de allí en adelante para mí ya no era simplemente ‘planchar’, sino que más bien era una ‘oportunidad’.” A través de las Escrituras hay relatos de mujeres heroínas, cuyas vidas tuvieron efecto en sus familias, y, en veces, hasta ayudaron en formar la historia de su comunidad. Eran simplemente mujeres normales, pero cada una había aprendido un secreto de gran valor, y ese secreto es este: Hay en cada uno de nosotros la tendencia de pasar por alto las pequeñas oportunidades que nos son dadas, pensando que hay una oportunidad mejor y más grande un poco más adelante. Pero fidelidad en cumplir con lo que está a la mano, y la habilidad de poder servir a Dios, aun en tareas humildes – de tal material son hechos los verdaderos héroes y las heroínas de la fe. © Believers International Inc. 2002 |